Consideraciones sobre la educación sexual

Por Francisco Viola. Médico. Dr. en Psicología.

El pasado 4 de octubre se cumplieron 16 años de la sanción de la ley 26.150, conocida como la ley de la educación sexual integral. Es menester pensar, nuevamente, sobre esta temática. Cuando hablamos de educación sexual, sugiero incluir dos conceptos generales que, al mismo tiempo, deberían ser repetidos como una suerte de mantra epistemológico. Así, toda discusión, como también toda clase sobre esta temática, todo taller, toda comunicación comprometer estas dos consignas, implícita o explícitamente:

a- La vida sexual saludable es una de las maravillas que el ser humano dispone para el ser, para el encuentro, para la vida, para la felicidad.

b- La vida sexual saludable mejora a partir del 1°) mejor conocimiento de uno en todas sus dimensiones, 2°) del desarrollo de la capacidad personal de ser asertivo como forma de comunicación, para lo que uno desea, necesita y, sobre todo, lo que uno no quiere –la noción de consentimiento como nuclear- y 3°) de la comunión vital con los valores que uno decide como aquellos que brindan la mayor serenidad al espíritu de uno, sin negar la pertinencia de valores más universales, hoy regidos por los Derechos Humanos.

Estos dos elementos, hacen que la educación sexual sea consecuente con tres principios:

a-Es un hecho educativo: esta cuestión implica una idea que, muchas veces, se olvida: lo central es el estudiante. Por ello debemos planificar, evaluar y estar atento al que la recibe a la educación. De esto, se desprende un axioma: toda educación sexual que se pretende adecuada, o sea, la que apunta a ser eficaz: es sistemática, es planificada, es progresiva y es retroalimentada por la experiencia y la evaluación de lo realizado.

b- Es un hecho integral: la educación sexual precisa un equilibrio dinámico de contenidos a enseñar, habilidades a adquirir y contextos del estudiante. Así, es necesario, tanto des-genitalizar la educación sexual como hecho único, como también incluir lo relacionado con los genitales en sus contenidos. Subrayemos: siempre respetando la secuencia pedagógica, marcada por el educando, en su realidad vital, intelectual y emocional.

c- Es un hecho social: la sexualidad no es sólo la vida sexual, es lo que funda la vida humana y por lo tanto la vida social. La sexualidad es omnipresente en el ser humano, por más que la vida sexual sea más limitada (en relación al tiempo que se ejercita) como actividad del ser humano, aun cuando dura toda la vida. De allí que la educación sexual integral precisa de lo intersectorial y de las redes que contribuyen –o deben hacerlo- a hacer que la sexualidad sea lo más placentera, saludable y constructiva posible.

Por eso, seguimos abogando por una educación sexual como hecho profesional. Esto implica que la educación sexual debe ser realizada por personas que, simultáneamente, saben de educación y saben de sexualidad y, por lo tanto, que actúan en educación sexual de forma constante y no circunstancial. Pero, recordando que la educación sexual debe ser transversal. Por ello, la acción de los educadores sexuales es trabajar con docentes, principalmente, para así generar la transversalidad necesaria y, también, los espacios específicos.

La educación sexual es una urgencia que se planifica, una necesidad que se desea, una obligación que nos equilibra, una decisión que nos potencia, porque nos ofrece una posibilidad cierta de un mejor porvenir. La educación sexual integral no puede seguir siendo una deuda que tenemos. Debe ser un compromiso como sociedad. Nos la merecemos.