Por Belén Cianferoni
Crónica del cucurucho de los mil y un gustos Crónica del cucurucho de los mil y un gustos
¿Alguien se acuerda de lo fácil que era comprar comida antes? Pedir un cucurucho demoraba cinco segundos, ahora te enfrentás a un panel interminable de opciones. Tenés desde los más tradicionales, como el dulce de leche, hasta sabores más extravagantes como el malvavisco de unicornio con frutillas salvajes. Decisiones que antes solían ser muy simples, ahora pueden demorar unos razonables 20 minutos. ¿Recuerdan la simpleza de salir corriendo del colegio para pedir un sanguchito de helado? Nunca te preguntaban el gusto del heladito porque spoiler alert todos los gustos tenían el mismo sabor. Para los que desconocen la simpleza y belleza del sanguchito de helado, es un helado entre dos galletas, formando un lingotito de oro lácteo congelado. Una obra de arte, sinceramente.
Pero no era únicamente la velocidad del helado, era la rapidez de pedir una pizza por teléfono. La llamada de la pizza salvadora duraba lo que tardaban en anotar tu dirección. Recuerdo dos sabores: Común y Especial. Si era un día como otros, pedías la común. Si había un motivo de celebración, la especial. Era un poco congruente, comida con los estados de ánimo. Lo mismo se aplicaba para el lomito. De paso, les dejo una duda para los memoriosos que portan treinta y... diez: ¿Recuerdan que las porciones del lomito eran más pequeñas? Antes no se compartía el lomito.
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Hagamos un apartado aparte para pensar en todo el tiempo que perdemos pidiendo empanadas. Ya no son solo una masa maravillosa que envuelve un relleno de carne o de pollo. ¡No, señoría! Ahora son una masa que envuelve dudas existenciales. Las empanadas abren el debate familiar-amiguístico desde lugares no pensados. Padres e hijos, amigos con colegas, debatiendo si es una opción potable la de humita, caprese, jamón y queso, carne, pollo, vegetariana, sin gluten, etc. No es solo pedir una especie, sino también decidir cuántas serán consumidas. "¿Cuántas te mando?" Y ahí empieza el vals del comprador: 3 de carne, 4 caprese, 4 de pollo y una de espinaca. La de espinaca es siempre para la tía Gladys o para la amiga diferente, la "perro verde" del delivery.
Veámoslo desde otro punto de vista, uno más silencioso y ahorrativo de palabras. Tomar un cortado no precisaba de palabras, podías directamente mover el dedo índice y el pulgar, formando un cafecito, y el mozo o la moza lo veía a la distancia. Entendía el pedido y agradecía no tener que recorrer hasta tu mesa. Ahora hay cafés que desconozco y opciones que son una explosión a los sentidos, cuando una lo único que quería era un cafecito para poder pensar. El cortadito en jarrita era para problemas que requerían hablar y pensar. El cortado chico era para leer los clasificados del Liberal o para una espera corta entre banco y banco. Ahora, entre que decido y planeo qué tomar, se me va la vida y el turno de la obra social.
Mientras escribo estas líneas pienso en todas las situaciones y en todos los pensamientos que acompañaron mi cabecita. ¿Las decisiones eran fáciles o... yo sabía lo que quería en esa época? ¿Qué culpa tiene el latte con caramel macchiato o el panel de gustos interminables de helado? Si sabemos en verdad lo que necesitamos, la boca y las decisiones no tardan en salir, aunque haya miles. Hasta el próximo bocado.