EL PAPA FRANCISCO: EL ARGENTINO MÁS GRANDE DE LA HISTORIA EL PAPA FRANCISCO: EL ARGENTINO MÁS GRANDE DE LA HISTORIA
El mundo está celebrando los diez años del pontificado del papa Francisco. Al escribir estos párrafos me encuentro en Roma, de forma casual por un viaje de trabajo con fecha impuesta, y eso me ha permitido ver el respeto, el cariño y la consideración por nuestro Jorge Bergoglio, llegando incluso a titular algunos diarios “El Papa que cambió la historia de la Iglesia”. Como los argentinos solemos desperdiciar oportunidades, hemos metido a Francisco en la discusión cotidiana como si fuera uno más, sin tomar en cuenta la dimensión histórica de uno de los personajes más importantes del mundo y sin duda, del argentino más importante de la historia.
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Hoy se conmemora la fiesta de San José, el padre de Jesús, fecha elegida por Francisco para la imposición del palio y la entrega del anillo del pescador, que se considera como la asunción al pontificado. Desde entonces su autenticidad, su franqueza, su humildad y la infinidad de gestos que lamentablemente en la Argentina pasan desapercibidos, pero que el mundo considera extraordinarios, como su oración en el campo de concentración de Auschwitz, sus almuerzos con los pobres de Roma, su cercanía afectiva con los que sufren y sobre todo el impacto enorme de las reformas que Francisco está llevando adelante dentro de la estructura de la Iglesia, en su lucha sin cuartel contra la corrupción y contra la tragedia de la pederastia.
Estamos a tiempo de valorar adecuadamente la bendición de compartir este tiempo en que un argentino ha logrado que el mundo simpatice con nuestro país y aprovechar sus enseñanzas para la vida cotidiana. Vamos a relatar algunas anécdotas que creemos muestran la personalidad de quien hoy es el líder religioso más importante del orbe.
El maestrillo de Santa Fe
Los jesuitas, a quien los argentinos tenemos presente por su obra a través de los siglos en las misiones, en los colegios y en las estancias históricas, son una orden de gran relieve intelectual, a tal punto que todos sus sacerdotes tienen títulos terciarios o universitarios en ciencias profanas, además de la teología y la filosofía.
El padre Jorge Bergoglio es técnico químico y fue ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969, con 32 años. Pero antes vivió unos años en Santa Fe, en el colegio de la Inmaculada, donde se conserva su habitación.
En 1965 el hermano Bergoglio daba clases de letras y le pidió a Jorge Luis Borges el dictado de un curso para sus alumnos. El gran escritor, por entonces director de la Biblioteca Nacional, aceptó y viajó a Santa Fe. Este encuentro ha sido relatado por varios alumnos e incluso por algún jesuita que luego dejó los hábitos. De ese curso quedaron varias anécdotas, como aquella del momento en que Bergoglio fue a buscar a Borges a su alojamiento y se demoró más de lo esperado. Luego se supo que el futuro papa afeitó a Borges, que ya por entonces era ciego.
Como resultado de ese curso, Borges aceptó la publicación de un libro propuesto por Bergoglio llamado “Cuentos originales”, para lo cual le leyó los relatos a Borges, quien complacido los aprobó y escribió el prólogo, donde dice: “Este prólogo no solamente lo es de este libro, sino de cada una de las aún indefinidas series posibles de obras que los jóvenes aquí congregados pueden, en el porvenir, redactar”. Este encuentro entre dos grandes argentinos puede ser relatado por las palabras de Borges: “la memoria de lo pasado y la previsión del porvenir, vale decir, el tiempo”.
El rescate del jesuita retirado
Poco se recuerda al cardenal Antonio Quarracino, quien rescató al padre Bergoglio para un ministerio más relevante en los inicios de la década del ’90. Bergoglio llevaba varios años en la casa de la orden en Córdoba, ubicada en la Manzana Jesuítica que en 2000 fue declarada patrimonio cultural de la Humanidad por la Unesco.
Quarracino había asumido como arzobispo de Buenos Aires en 1990 y enfrentaba algunos problemas administrativos que lo llevaron a un retiro espiritual en Córdoba. Tuvo varias charlas con el superior de los jesuitas, el padre Jorge, y cuando regresó a Buenos Aires dijo a sus colaboradores que había encontrado un santo en la “Docta”. Así fue como Quarracino insistió ante su amigo el papa Juan Pablo II para nombrar un auxiliar jesuita, algo que por entonces no caía tan bien en el Vaticano. Su insistencia tuvo premio y el 20 de mayo de 1992 Bergoglio fue nombrado obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires. Luego de un corto paso por la Vicaría de Flores, fue nombrado Vicario General de la Arquidiócesis. Su gestión ordenó notablemente la administración y cuando el cardenal Quarracino sintió que le faltaban fuerzas, viajó al Vaticano y logró que monseñor Bergoglio fuera nombrado su coadjutor en 1997, es decir que a su muerte el jesuita asumiera directamente. El 18 de febrero de 1998 Bergoglio asumió con sede plena el arzobispado de Buenos Aires, ante la muerte de quien lo rescató del ostracismo.
El arzobispo de Buenos Aires
El cardenal Quarracino era un hombre de una cultura exquisita, extraña en esa camada de obispos de la década de 1960. Solía visitar la parroquia San Bernardo en el barrio de Villa Crespo para leer en los bancos de la iglesia la novela “Adán Buenosayres” de Leopoldo Marechal que transcurre en el atrio del templo. Pero no se caracterizó su mandato por el orden y por eso el cambio que significó la asunción de Bergoglio fue notable.
Apenas en la cátedra porteña, monseñor Bergoglio inició una costumbre que rápidamente disciplinó al clero porteño. Varios sacerdotes me contaron que era común escuchar el timbre en la casa parroquial y encontrarse con el arzobispo que sólo decía: “Hola padre, cómo le va, ¿me puedo quedar unos días en su casa para ayudarlo en el trabajo pastoral?”. Desde entonces, las costumbres clericales mejoraron notablemente porque nadie sabía el momento en que el padre Jorge aparecía por casa. Incluso en una parroquia de Palermo, una zona muy acomodada de Buenos Aires, en una de esas visitas sorpresivas por los autos que estaban estacionados en la parroquia. Ante la respuesta de los sacerdotes sobre su propiedad, les recomendó venderlos prontamente, ya que tantos colectivos pasan por la puerta de la parroquia.
Ya se destacaba su preferencia por los pobres, los marginados y los jóvenes, recordándose las multitudinarias misas para los niños en estadios de fútbol y la misa que celebraba seguido en la estación Constitución para los vagabundos y las prostitutas que abundaban por la zona. Es bueno destacar que sus acciones de por sí constituían denuncias a las injusticias y causaban molestias en algunos poderosos. Creo que este artículo debe obviar las interpretaciones políticas ya que Bergoglio es un hombre cuyos gestos evangélicos suelen generar los mismos escándalos que la Palabra de Dios, en boca de Cristo, ha generado durante veinte siglos.
En 2001 fue creado por Juan Pablo II como cardenal presbítero de San Roberto Bellarmino y participó del Cónclave del 2005 que eligió al cardenal Joseph Ratzinger como papa, en cuyo desarrollo obtuvo varios votos, que pidió se derivaran hacia el alemán. En 2007 su participación como redactor en el encuentro de los obispos latinoamericanos de Aparecida, en Brasil, provocó que muchos le prestaran atención.
La renuncia de Benedicto XVI mostró en toda su enormidad la crisis de la Iglesia Católica. El gesto de humildad de aceptar su falta de fuerza puso sobre la mesa la necesidad de contar con un papa con fuerte autoridad, que no fuera de la Curia Romana y con empatía con la feligresía. En Bergoglio se encontraron esas tres virtudes. Tuvo el cardenal algunas señales: el llamado de Benedicto para ser el último cardenal recibido por él antes de ser efectiva su renuncia le hizo pedir a sus colaboradores porteños: “Recen para que vuelva”. Pero para quienes creemos, el Espíritu Santo ya había trazado el camino.