“Pentecostés, el Espíritu Santo en tiempos de pandemia” “Pentecostés, el Espíritu Santo en tiempos de pandemia”
En estos tiempos en los que nos sentimos golpeados por el flagelo de la pandemia que no cesa; cuando el aislamiento, la angustia y la incertidumbre siguen presentes, nos alcanza un nuevo Pentecostés y se renueva la promesa del don del Espíritu Santo.
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Pedimos al Espíritu Santo que como aliento de vida y soplo de esperanza venga a nosotros para acompañarnos y sostenernos en estos momentos difíciles, que recoja las lágrimas de cuantos han perdido sus seres queridos, que dé nuevo vigor a cuantos se desgastan atendiendo a los demás, que nos muestre el sendero cierto en esta encrucijada.
Muchos hermanos y hermanas están atravesando sufrimientos y dolores, se multiplican las crisis y afloran muchas tensiones. A veces, parece que el pesimismo y la desesperanza se instalan, el miedo y el susto nos paralizan, los desencuentros nos desequilibran. Por todo esto pedimos al Espíritu Santo su fortaleza para que sane y robustezca lo que en nosotros está enfermo y débil. Pedimos que su luz ilumine a todos los hombres y disipe las tinieblas de nuestro mundo, que el odio se convierta en amor, el sufrimiento en gozo y la guerra en paz.
Que el Espíritu Santo irrumpa como un viento impetuoso que llene toda la casa de la humanidad y encienda con su fuego nuestros corazones. Que sea el oxígeno para los pulmones con problemas para respirar, que limpie nuestros ambientes y purifique el aire que inhalamos, que se lleve todas las violencias e injusticias que enferman nuestra sociedad.
En medio de las tribulaciones y dificultades que hoy nos toca afrontar queremos reconocer la acción del Espíritu que como incansable trabajador lleva adelante su obra.
él es operador de la unidad, artesano de armonía, en el amor amalgama la multiplicidad de esfuerzos y servicios para el bien de todos. Unidad y armonía tan necesaria en nuestra Iglesia y Patria cuando estamos surcados por polarizaciones y conflictos.
El Espíritu Santo es caricia y bálsamo que consuela y cura nuestras heridas, es el “dulce huésped del alma” que como buen amigo y compañero está a nuestro lado en todas las circunstancias que nos toca vivir. él nos hace capaces de gestos y palabras que también lleven consuelo para quienes están afligidos y agobiados, nos inspira nuevos pasos para acercarnos a los que están más solos y abandonados. él mantiene viva la memoria de la presencia y acción de Dios en la historia cuando pretendemos construir prescindiendo de él y nos hundimos en el olvido de Dios.
El amor no es ocioso, es siempre creativo y vivo, está entre nosotros y en nosotros obrando, el amor no reduce ni humilla, al contrario, incrementa y enaltece todo lo que toca. Sin el Espíritu no tenemos Paz, somos incapaces de penetrar en lo más hondo del Misterio y nos quedamos merodeando en el revestimiento, no podemos ser testigos de la Esperanza que no defrauda ni custodios de la verdadera alegría.
Necesitamos recuperar la sed y el gusto, el sentido y la apertura al Amor sincero que genera comunión, que supera obstáculos, que derriba barreras y construye puentes.
En estos días inundados de cifras, estadísticas y datos sobre las consecuencias de la propagación del virus dejémonos también inundar de la vida nueva que trae esta fiesta de Pentecostés y que nos invita a suscitar vida en nuestro alrededor cuando parece que muchas cosas se derrumban y se arruinan. Que no dejemos que en nosotros arraigue el egoísmo que grita “sálvese quien pueda” y no nos dejemos encender por broncas y rabias que nos intoxican. Más bien descubramos que el secreto está en la
chispa y fuerza del amor que da energía y nos hace proceder con audacia y lucidez, con generosidad y ternura, con aguante y nuevos impulsos para restaurar y salir adelante juntos.
Invoquemos juntos y con fuerza al Espíritu Santo con la certeza que viene con abundancia de las bendiciones de Dios, es como un río impetuoso que alegra a los campos y poblados que padecen sequía y aridez. Invoquemos su presencia para vivir en autenticidad, simplicidad y humildad, que nos enseñe la Verdad completa que nos hace libres de toda tiranía.
Como decía San Pablo VI, que “suba desde lo profundo de nuestra intimidad, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo que ora en nosotros”.
Que el Espíritu Santo nos done un corazón nuevo, porque solo hombres y mujeres con un corazón y espíritu nuevo, que se dejen conmover en sus entrañas, podrán reconstruir los vínculos y recomenzar un tiempo nuevo rebosante de salud y vida.
¡Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la tierra, renueva nuestros rostros, renueva nuestras palabras, renueva nuestras miradas y acciones, haz que nuestras vidas se vuelvan radiantes con tu luz!