HISTORIAS POCO CONOCIDAS DE PERSONAJES MUY CONOCIDOS

Cómo nació la vocación del Padre Quique: “Mi madre le ofreció a Dios que, si le daba hijos, dispusiera lo que Él quisiera para su servicio”

A los 10 años pisó por primera vez un seminario en su Córdoba natal. Tuvo sus vacilaciones cuando adolescente. Desde 2017 realiza su tarea pastoral en la diócesis local.

Monseñor Enrique Martínez Ossola, o “el padre Quique” como más le gusta que lo llamen, es el obispo auxiliar de la Diócesis de Santiago del Estero, desde 2017 cuando llegó a nuestra tierra luego de una intensa y extensa labor pastoral en otras comunidades.

A los 10 años pisó por primera vez un seminario, caminó junto a un religioso emblemático en el trabajo social que lo marcó en su vida, el beato monseñor Enrique Angelelli, y se trata de “che” con Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco.

Cuenta que su vocación, tiene origen en su madre, quien cuando se casó, le ofreció a Dios que, si le daba hijos, “dispusiera lo que Él quisiera para su servicio”. El padre Quique se enteró de esto el día de su ordenación sacerdotal. “Ella no me lo dijo porque no quería presionarme”, recuerda.

Le gusta rememorar sus inicios, y asegura firmemente que hoy, si se le presentara la opción, “volvería a elegir ser sacerdote”.

“La devoción mía tiene origen en la devoción de mi madre. Apenas se casó, le ofreció a Dios que si le mandaba hijos, dispusiera lo que Él quisiera para su servicio. Eso me lo dijo la noche que me ordené sacerdote en La Rioja. Recién ahí me lo confió porque no quería presionarme”.

Pero cree que ya había algo en su persona que lo pondría en el camino de servicio a Dios. “Tuve una niñez muy feliz, muy normal, y por el contacto con un sacerdote que era capellán de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, dije: ‘me gustaría ser como este hombre’, por la unción con que lo veía en el altar. En esa época las misas eran en latín, y yo, monaguillo a los 8 o 9 años, aprendí todas las respuestas de la misa y a rezar el Padre Nuestro en latín. Cuando cumplí los 10 años, le dije a mi mamá: ‘Este es el último cumpleaños que paso acá porque quiero irme al seminario”.

Pero no le fue sencillo. En ésa época el seminario tenía el equivalente al actual séptimo grado, y después la secundaria. Cursaba el quinto grado y quería rendir libre el sexto para ingresar al seminario, pero cuando se preparaba, por haber nacido el 3 de junio no podía ingresar, porque solo podían hacerlo los nacidos hasta el 31 de mayo.

“Me había resignado a esperar un año, cuando llegó un sacerdote y avisó que cambiaban el plan de estudios y creaban el Bachillerato Humanista, y por lo tanto se podía entrar con el quinto grado aprobado, entonces pude entrar al seminario en el año 63”, precisó.

CUMPLEAÑOS ESPECIAL

Ese primer cumpleaños en el seminario, quedó grabado en su mente y en su corazón, porque el 3 de junio cuando cumplió 11 años, murió el papa Juan XXIII, alguien a quien admiraba.

“Cuando había un cumpleaños en el curso, era día de fiesta, en vez de darnos matecocido con pan en la merienda, a ese curso le daban una chocolatada con facturas dulces, y en vez de estar en el comedor, nos permitían hacerlo afuera. El seminario estaba en Jesús María, en una zona rural con lugares muy bonitos, y poníamos mesas en un jardín. Estábamos en pleno festejo cuando sentimos que sonaban a duelo las campanas de la capilla; vino el prefecto de estudio y nos dijo que termináramos la merienda en silencio porque había fallecido Juan XXIII, el Papa. A mí me dio una tristeza grande porque era una figura bonachona, era la figura de un abuelo y tenía un afecto muy especial por él, por eso ese primer cumpleaños en el seminario fue inolvidable para mí”.

 REPETIRÍA LA HISTORIA

Cuando reflexiona sobre cómo se ve, desde la perspectiva de lo que vivió en su vida, asegura que “volvería a recorrer el mismo camino, si se me diera a elegir, volvería a ser sacerdote”.

“Corregiría algunas cosas, pero Bonavena sabía decir que ‘la experiencia es un peine que te regalan cuando ya te quedaste pelado’, y algo de eso hay. Ahora me encuentro con la madurez de descubrir un poco el sentido que ha tenido, siempre quise servir a la gente, nunca me sentí autoritario, sí me siento responsable de ciertas cosas porque a veces uno tiene que tomar decisiones, siempre al calor de este servicio”, asegura.

Si se lo invita a mirar su pasado, recuerda que “monseñor Angelelli decía: ‘llevamos siempre una mochila, una alforja, que son nuestras vivencias, que no podemos dejarlas aparte, porque son las que nos han hecho que seamos lo que somos, y si hoy soy lo que soy, se lo debo precisamente a la gente que fui conociendo, que me ayudaron a ir puliendo un montón de errores, de limitaciones”.

“He recibido y recibo aquí en Santiago el cariño de mucha gente, un cariño que no merezco, pero que lo recibo porque soy portador de Jesús, y en ese sentido no me queda más que darle gracias a Dios por todo lo bueno que me ha regalado. Repetiría la historia con mucho gusto”, concluye. 

Sus dudas de adolescente y su vínculo con Angelelli y Bergoglio

“Durante la adolescencia me asaltaron las dudas, pensaba que me gustaba la medicina y la arquitectura, y al iniciar el último año del secundario, hablé con mi director espiritual y le conté que estaba dividido entre arquitectura y medicina, y me preguntó ¿Y por qué no cura? Y la verdad que no lo había descartado del todo, entonces le dije que no me había arreglado el problema sino que me lo había multiplicado, porque vine con una duda de dos y me fui con una duda de tres. Y él me dijo, ‘vos tenés que discernir cuál es la voluntad de Dios. Si elegís medicina y te das cuenta que lo tuyo es la arquitectura, habrás perdido años de tu vida, o al revés. Si vas al seminario, vas a tener una base de filosofía, te va a ayudar a estructurar tu pensamiento, a ver con más claridad, y no va a ser un año perdido”.

Así fue como entró al Seminario Mayor de Córdoba, donde tuvo vivencias que marcaron su vocación sacerdotal. Una fue haber conocido a monseñor Enrique Angelelli en La Rioja, a donde llegó junto a tres compañeros para completar la formación sacerdotal. También considera “una gracia”, haber conocido a Jorge Bergoglio, el papa Francisco.

“Fuimos a completar los estudios en el Colegio Máximo de los Jesuitas, en San Miguel, y ahí conocí a un Bergoglio muy cercano, muy de amigo, y hasta el día de hoy nos tratamos de ‘che’. Él no residía en el colegio, sino en Buenos Aires, yo lo conocía de nombre, sabía que era el Provincial, nada más. Cuando llegó un domingo de visita, yo le pregunté dónde vivía y me dijo ‘un poco acá, un poco allá’, y le dije qué había que hacer para tener esa vida, y él me dijo ‘tenés que ser superior de la Compañía de Jesús’, yo le pedí perdón, le dije que no sabía, y me respondió: ‘nada de perdone, y nada de tratarme de usted, yo soy Provincial para los Jesuitas, para ustedes soy amigo’. Tenía entonces 40 años y nosotros 22, 23, había una cercanía generacional con él”, relató. l

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